La depresión es un trastorno mental complejo que afecta no solo el estado emocional, sino también la estructura y el funcionamiento del cerebro. A lo largo de este blog, te contaremos cómo es un cerebro con depresión y qué secuelas suele dejar esta enfermedad en quienes la sufren. ¿Nos acompañas?
Índice de contenidos
¿Cómo es un cerebro con depresión?
La depresión afecta varias áreas y sistemas del cerebro, lo que altera tanto al estructura como el funcionamiento. Los cambios que se han observado en un cerebro con depresión incluyen desde alteraciones en la actividad neuronal, hasta los niveles de neurotransmisores y la neuroplasticidad.
Estructuras cerebrales afectadas
Cuando una persona tiene depresión, todas sus estructuras cerebrales se ven afectadas de un modo u otro, aunque algunas de ellas de manera mucho más significativa:
- Corteza prefrontal. Es la responsable de funciones ejecutivas como la toma de decisiones, el control de impulsos y la regulación de las emociones. Cuando alguien tiene depresión reduce la actividad de la corteza prefrontal, lo que puede contribuir a problemas de concentración, planificación y regulación emocional.
- Hipocampo. Está involucrado en la formación de recuerdos y la regulación de las emociones. La depresión se asocia con una reducción del volumen del hipocampo, lo que puede explicar los problemas de memoria y el aumento de la vulnerabilidad al estrés.
- Amígdala. Juega un papel clave en la respuesta emocional, especialmente en el procesamiento del miedo y la ansiedad. Las personas que tienen depresión tienen una amígdala hiperactiva, lo que conlleva un aumento en la reactividad emocional y a sentimientos de ansiedad y miedo.
- Sistema límbico. Incluye estructuras como el hipocampo y la amígdala, y está implicado en la regulación de las emociones y el estado de ánimo. La disfunción en este sistema puede contribuir a los síntomas emocionales de la depresión.
Neurotransmisores y señalización
Se producen cambios en la presencia de neurotransmisores en aquellas personas que sufren depresión. Por ejemplo, la depresión está asociada a niveles reducidos de serotonina y una disfunción en su señalización, que contribuye a los síntomas de tristeza y anhedonia.
Además, también hay una disfunción en la señalización de la noradrenalina, algo que puede estar relacionado con la fatiga y la falta de motivación propias de la depresión. Finalmente, la depresión puede estar asociada con una disminución en la actividad de dopamina, lo que contribuye a la anhedonia y al falta de interés en actividades.
Profundiza en este ámbito: conoce la relación entre la serotonina y la depresión.
¿La depresión deja secuelas en el cerebro?
La depresión deja secuelas en el cerebro, especialmente cuando es crónica o recurrente. Estas secuelas persisten incluso después de que los síntomas agudos hayan disminuido, y pueden dividirse en 3 tipos:
Secuelas estructurales
Estas son las que afectan a la estructura del cerebro. Estudios han demostrado que la depresión prolongada puede estar asociada con una reducción del volumen en área clave como el hipocampo y la corteza prefrontal. Esta reducción puede afectar la memoria, la toma de decisiones y la regulación emocional.
Además, también se reduce la neuroplasticidad. La capacidad del cerebro para formar nuevas conexiones disminuye, lo que puede dificultar la recuperación y la adaptación a nuevas experiencias y aprendizajes.
Secuelas funcionales
Se produce una disfunción en la regulación emocional. Los cambios en la actividad y conectividad cerebral pueden llevar a una dificultad persistente en la regulación de las emociones, aumentando el riesgo de recaídas depresivas.
También conlleva problemas cognitivos como problemas de atención, concentración, memoria y velocidad de procesamiento. Estos déficits cognitivos pueden afectar el rendimiento laboral y la calidad de vida.
Secuelas neuroquímicas
Finalmente, es posible que la depresión provoque el desequilibrio en neurotransmisores. Aunque los tratamientos antidepresivos pueden ayudar a restaurar los niveles de neurotransmisores, algunas personas pueden seguir experimentando desequilibrios que afectan su estado de ánimo y bienestar general.
Asimismo, conlleva alteraciones en el eje HPA. La disfunción en la respuesta al estrés puede persistir, haciendo que las personas sean más vulnerable al estrés y aumentando el riesgo de nuevos episodios depresivos.
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